Niño:
Veo tu belleza serena, que al entrar por mis ojos deja una
estela de dolor suave, quedo.
El dolor de mi soledad, el dolor que causó el vacío de una
ausencia inesperada.
El favor de tu mirada adormece mi mente y ennoblece hasta el
lugar más recóndito de mi dignidad maltrecha, porque tus ojos
hablan un idioma que me apena no comprender, a pesar de la
fuerza de su declaración indescriptible.
Te he visto sonreír poco, aún así mi mente conoce bien tus
dientes tan blancos, tan perfectos, pero casi siempre ocultos tras
tus labios hermosos y callados de domingo por la tarde. Nunca he
escuchado tu voz, solo mis ojos te conocen de entre todos mis
sentidos que esperan, sin paciencia, conocerte por ellos mismos.
No sé tu nombre, pero en mis sueños...
te llamas MIO.
Creí que sabía mucho; pero nada,
creí que conocía la soledad,
hasta que pasó el tiempo sin ti.
Reí contigo y supe
que nunca tuve idea de lo que es reír.
Creí saber de música, y ahora tu canción favorita
me despierta en las noches con sus acordes ondulantes
y la voz serena.
Creí conocer la paciencia,
pero la incertidumbre es más cruel
cuando tú eres la causa,
los minutos y las horas recorren mi piel
como si les costará trabajo.
Ahora sé como corre el tiempo diferente
para los que esperan, y yo te espero,
en la esquina de mis sueños,
en las calles de mi vida.
Creo que llegarás a las nunca y media.
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